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Mark Ravenhill
Dirigido por Josep Maria Mestres
Compañía del teatre lliure
Si no se pone remedio, hasta el 3 de marzo sólo.
Tengo que confesar que, una vez comprada la entrada para esta maravilla me lleve un pequeño disgusto al comprobar que la función duraba prácticamente 3 horas. En la época de internet, de las cápsulas de información y de los conocimientos wikienciclopédicos, se me hace muy cuesta arriba a veces la idea de gastar tres horas de mi vida en un teatro que no sé si me va a gustar, con el 21% de IVA y con poco tiempo, esta vez, en Barcelona.
Craso error. Si hubiese durado cinco horas, más me hubiera gustado.
De este autor ya habíamos visto en el Lliure Unes polaroids explícites, que supuso, entre otras cosas, el paso de Quim Gutiérrez a la mayoría de edad interpretativa. Se puede ver su evolución, ahora algo más poético/abstracto sin dejar de contar historias rabiosamente realistas con todo tipo de detalle. Dos ejemplos son el tono onírico del capítulo que cierra la obra y le da unidad, o el ángel/soldado del primer episodio.
A partir del título de un videojuego bélico, Mark Ravenhill desgrana en siete piezas que tienen nombre de obras clásicas (La Madre, Las Troyanas, Guerra y Paz..., en las que se inspira libérrimamente) el significado, las causas y las consecuencias de la guerra en nuestra época. Una guerra sin enemigos, una guerra que es continua, y que por muy políticamente correcta que sea, hay que denunciar y tiene que revolver nuestras consciencias. Pero, como en todos los grandes autores, hay más, hay mucho más. La filosofía del garden center tiene más enjundia que el discurso de Barack Obama.
Así, las obras clásicas citadas sobre la guerra se reducen un poco al absurdo agrupándolas en siete piececitas con nombre de videojuego de playstation. ¿Como la vida misma? ¿Lo podemos tolerar?
La gente del Lliure tiene ese olfato que no he encontrado en ningún otro teatro para traer a su fascinante modo de representar (y escenografiar) las obras más polémicas y radicalmente contemporáneas. En pleno cambio generacional -recordemos a Anna Lizarán tal y como lo hace el director en el programa de mano-, sabe incorporar nuevos talentos e incluso traerlos desde otras latitudes. Si, claro, estoy hablando ahora de Carmen Machi: ¿se le puede pedir más a una actriz que cambia de idioma y a los tres minutos ya no te das cuenta? Pues ella hace esto y más en esta función, es inconmensurable. Mónica López, Aurea Márquez... Todos dignos de mención y sin desigualdades en su trabajo pese a la poca veteranía de algunos de ellos.
¡Qué pena me daría que no la repusieran o que no iniciara una gira! Debería verla todo el mundo
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