La función por hacer
de Miguel del Arco y Aitor Tejada, a partir de 'Seis personajes en busca de autor' de Pirandello
Dirección: Miguel del Arco
Intérpretes: Israel Elejalde, Bárbara Lennie, Teresa Hurtado de Ory, Miriam Montilla, Manuela Paso, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez
A veces (demasiadas para tratarse de un teatro semipúblico) sucede que en un gran Teatro como el de la Abadía falta imaginación, se trabaja con rutina y se agotan las ideas. Porque, ¿a qué viene reciclar una obra que se estrenó hace siete años?
A los actores se les nota faltos de pasión (seguramente ya lo han representado demasiadas veces), repiten el texto como loritos y no nos los podemos creer. Pero el mayor delito es a mi juicio el de la configuración del espacio escénico.
El concepto de "cuarta pared", en teatro, fue acuñado por el director francés André Antoine como consecuencia de la aparición del naturalismo en el arte (y todos los "ismos" que habían de venir en el cambio del siglo XIX al XX). Se refería a la línea imaginaria que separa lo que sucede en la obra del público. En una obra clásica vemos tres paredes: la del fondo, la de la izquierda y la de la derecha. La cuarta sería la invisible que hay entre el escenario y la platea. El término cobra sentido con el verbo "romper": cuando los actores o actrices saltan a la platea, o acceden desde ella, por ejemplo, se supone que hacen más partícipe al público de lo que está sucediendo, al llevar la acción al mismo terreno que el de los espectadores. Brecht, Jordi Millán y otros maestros han utilizado con gran eficacia y teorizado sobre este recurso teatral que a nosotros como espectadores del siglo XXI ya nos es familiar.
Pero la cuarta pared está para saltarse, no para vivir en ella. Al suplicio de unos asientos de barraca de fiesta mayor de pueblo (¡a un precio mínimo de 19 euracos!), se le junta una actuación con pronóstico reservado sobre las vértebras y los músculos del sufrido espectador. Los actores se pasean impunemente por toda la sala, se esconden, pegan sustos o monólogos desde cualquier rincón y nosotros se supone que tenemos que aguantarlo. No se apagan las luces, con lo cual a veces resulta más interesante observar a un espectador que viste de un modo curioso que al actor que está recitando el texto.
Se me dirá que el texto original se adapta muy bien a la confusión entre público, personajes y actores que implica este castigo de disposición escénica, pero no. No paso por aquí. Una cosa es cuando se empezó a representar esto, en el hall del Lara y seguramente a precios más módicos, y otra es en el teatro de la Abadía. Para hacerlo de esta manera lo podían haber hecho en el jardín, y así al menos hubieran sido originales de verdad. El texto hoy en día no tiene nada de transgresor (acaso de filosófico), y la compañía ni siquiera intenta darle el aire rompedor que se merece.
Se me dirá que tiene nosecuantos premios Max... de hace tres años. Objeto a esto lo que he dicho al principio, que los actores están ya cansados y les aburre la interpretación, y que los premios que dan los compañeros de profesión y no el público tienen un valor relativo, ya que influyen factores tan diversos como las simpatías que generan ciertas personas o el valor del texto más que del espectáculo.
Cuando la gente de teatro pierden el respeto al público es cuando más daño se hace al propio teatro.
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