El triángulo azul
Autoría: Laila Ripoll y Mariano Llorente
Dirección: Laila Ripoll
Reparto: Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño, Jorge Varandela
Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Gonzalvo, David Sanz
Teatro Valle Inclán (Sala Francisco Nieva) del CDN, hasta el 25 de mayo.
Hace unos días mencionaba a la compañía Micomicón para dar cuenta de una muy buena tarde de teatro y para mi sorpresa los volví a ver, bajo el paraguas institucional del CDN, en este magnífico espectáculo.
Con una historia real de fondo (la de unos prisioneros españoles del campo de Mauthausen que preservaron las fotografías que al acabar la guerra dieron la vuelta al mundo y sirvieron para inculpar a los nazis de crímenes de guerra en más de un juicio), se nos hace reflexionar sobre las brutalidades, no ya de los nazis, sino de la guerra en general.
Lo bueno de esta obra es que no es "otra de campos de exterminio", u "holocausto 2". Por una parte, pretende ser una reparación histórica (si no se reconocen las víctimas del franquismo en España, imagínense ustedes las del nazismo), por otra el tratamiento de vodevil o humor negro, necesario para poder hablar de canteras de trabajos forzados, ejecuciones diarias o crematorios en un teatro. Los momentos cumbre para mi son las interpretaciones musicales, como la Canción de la supremacía de la raza aria, el Pasodoble del triángulo azul o el Chotis del crematorio.
Arriesgado, claro que sí. Pero ya decía el otro día que prefiero los riesgos en el teatro a que todo sea redondo pero lánguido, totalmente perfecto pero falto de reflexión. Aquí se piensa, se siente y se comparten experiencias con los personajes. En este sentido de las dos fuentes de "banalización del mal" que utiliza el texto para su desarrollo, hay una, la del nazi que narra los hechos en pasado, menos creíble desde mi punto de vista. Es en la autodefensa ante el horror cotidiano, en la pura supervivencia, donde el sarcasmo, la ironía despiadada, esa capacidad para descubrir la comicidad en lo trágico adquiere pleno sentido y nos brinda los mejores momentos de la función, que todo el mundo debería ver.
Y una vez más quiero destacar el trabajo de los actores, esos seres fascinantes que son capaces de ponernos en la piel de la más variadas situaciones. Gracias a ellos me sentí, entre otras cosas, prostituta gitana, chaval de 18 años otra vez y republicano español de los años 30. Fantásticos todos y cada uno de ellos. Gracias.
Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Gonzalvo, David Sanz
Teatro Valle Inclán (Sala Francisco Nieva) del CDN, hasta el 25 de mayo.
Hace unos días mencionaba a la compañía Micomicón para dar cuenta de una muy buena tarde de teatro y para mi sorpresa los volví a ver, bajo el paraguas institucional del CDN, en este magnífico espectáculo.
Con una historia real de fondo (la de unos prisioneros españoles del campo de Mauthausen que preservaron las fotografías que al acabar la guerra dieron la vuelta al mundo y sirvieron para inculpar a los nazis de crímenes de guerra en más de un juicio), se nos hace reflexionar sobre las brutalidades, no ya de los nazis, sino de la guerra en general.
Lo bueno de esta obra es que no es "otra de campos de exterminio", u "holocausto 2". Por una parte, pretende ser una reparación histórica (si no se reconocen las víctimas del franquismo en España, imagínense ustedes las del nazismo), por otra el tratamiento de vodevil o humor negro, necesario para poder hablar de canteras de trabajos forzados, ejecuciones diarias o crematorios en un teatro. Los momentos cumbre para mi son las interpretaciones musicales, como la Canción de la supremacía de la raza aria, el Pasodoble del triángulo azul o el Chotis del crematorio.
Arriesgado, claro que sí. Pero ya decía el otro día que prefiero los riesgos en el teatro a que todo sea redondo pero lánguido, totalmente perfecto pero falto de reflexión. Aquí se piensa, se siente y se comparten experiencias con los personajes. En este sentido de las dos fuentes de "banalización del mal" que utiliza el texto para su desarrollo, hay una, la del nazi que narra los hechos en pasado, menos creíble desde mi punto de vista. Es en la autodefensa ante el horror cotidiano, en la pura supervivencia, donde el sarcasmo, la ironía despiadada, esa capacidad para descubrir la comicidad en lo trágico adquiere pleno sentido y nos brinda los mejores momentos de la función, que todo el mundo debería ver.
Y una vez más quiero destacar el trabajo de los actores, esos seres fascinantes que son capaces de ponernos en la piel de la más variadas situaciones. Gracias a ellos me sentí, entre otras cosas, prostituta gitana, chaval de 18 años otra vez y republicano español de los años 30. Fantásticos todos y cada uno de ellos. Gracias.
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