La cena del Rey Baltasar
de Calderón de la Barca
Cía Los números imaginarios
Dirigida por Carlos Tuñón
Con Jesús Barranco, Enrique Cervantes, Alejandro Pau, Kev de la Rosa, Rubén Frías y Nacho Sánchez.
Visto en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares
Quienes nos leen habitualmente saben que no somos puristas, más bien al contrario, aplaudimos y procuramos ver propuestas innovadoras y contemporáneas. Es evidente que intentar representar un auto sacramental hoy en día intentándolo hacer como se haría en la época en que se escribió sería suicida (y me consta que se hace). Lo que hay que procurar, a nuestro entender, es intentar explicar cómo y por qué se hacía un teatro determinado en cada época, y, en la medida de lo posible, trasladar al espectador contemporáneo las sensaciones y los conflictos que se describen, que como suelen ser universales, pueden llegarle si están expuestos con talento y maestría.
El intento es bueno. Aquí se invita, de un modo parecido al que se haría en un acto íntimo de Santi Senso pero para peor, a los espectadores a la mesa, a la cena. Primer fallo, la selección es muy lenta, no está bien integrada en la función y tampoco está exenta de sospechas que luego se confirman: los invitados son compañeros y conocidos del equipo artístico, a algunos los reconocemos. Falta de respeto al público que sí quiere participar y que ha pagado su entrada. Parece que vamos a ver una reunión de amiguetes, hasta que al fin empieza el auto propiamente dicho, pasada media hora.
El auto en sí nos gustó, aunque tenía demasiadas idas y venidas del profeta Daniel y del ángel exterminador (inquietante Nacho Sánchez) rompiendo la cuarta pared y casi viviendo en ella. Distraen de detalles que Calderón quiso poner en su versión de la leyenda, por ejemplo el origen de las copas robadas que no queda claro. Todas las otras licencias contemporáneas aunque no eran del todo novedosas nos parecieron bien encontradas (un Baltasar decrépito que ya sólo habla a través de sus partes alegóricas).
Y después llega el final, durante el cual por una supuesta enésima trasgresión al texto original es un final que no se acaba nunca, dura una media hora más y no se entiende que sea así. Los personajes se van despidiendo del rey Baltasar, que no del público, de un modo lánguido y en ocasiones con un cripticismo que parece, de nuevo, un chiste privado para los amigos.
Nos enteramos, al final, de que quizás toda esta parafernalia y ambiente se podría deber a que fue la última función de la compañía. Nos parece entrañable que quieran hacer una fiesta de despedida, pero deberían haber avisado al público (¿hay que recordar que sin público no hay teatro?) que de esta manera sabría lo que va a ver.
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